jueves, 30 de marzo de 2017

Friedrich Nietzsche

Friedrich Nietzsche

(Röcken, actual Alemania, 1844 - Weimar, id., 1900) Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con él.

Friedrich Nietzsche
La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas-Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se reconoce el valor de sus textos con independencia de su atormentada biografía, durante algún tiempo la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la enfermedad que padecía desde joven y que terminó por ocasionarle la locura.
Los últimos once años de su vida los pasó recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg, aunque hoy es evidente que su encierro fue provocado por el desconocimiento de la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su fallecimiento, su hermana manipuló sus escritos aproximándolos al ideario del movimiento nazi, el cual no dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.
La filosofía de Nietzsche
Entre las divisiones que se han propuesto para las obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre un primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en que sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado sobre todo en sus últimas obras.
Como crítico de la cultura occidental, Nietzsche considera que su sentido ha sido siempre reprimir la vida (lo dionisíaco) en nombre del racionalismo y de la moral (lo apolíneo); la filosofía, que desde Platón ha transmitido la imagen de un mundo inalterable de esencias, y el cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral, terminan por instaurar una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente y la infinita variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.
Su labor hermenéutica se orienta en este período a mostrar cómo detrás de la racionalidad y la moral occidentales se hallan siempre el prejuicio, el error o la mera sublimación de los impulsos vitales. La «muerte de Dios» que anuncia el filósofo deja al hombre sin la mezquina seguridad de un orden trascendente, y por tanto enfrentado a la lucha de distintas voluntades de poder como único motor y sentido de la existencia. El concepto de voluntad de poder, perteneciente ya a sus obras de madurez, debe interpretarse no tanto en un sentido biológico como hermenéutico: son las distintas versiones del mundo, o formas de vivirlo, las que se enfrentan, y si Nietzsche ataca la sociedad decadente de su tiempo y anuncia la llegada de un superhombre, no se trata de que éste posea en mayor grado la verdad sobre el mundo, sino que su forma de vivirlo contiene mayor valor y capacidad de riesgo.
Otra doctrina que ha dado lugar a numerosas interpretaciones es la del eterno retorno, según la cual la estructura del tiempo sería circular, de modo que cada momento debería repetirse eternamente. Aunque a menudo Nietzsche parece afirmar esta tesis en un sentido literal, ello sería contradictorio con el perspectivismo que domina su pensamiento, y resulta en cualquier caso más sugestivo interpretarlo como la idea regulativa en que debe basarse el superhombre para vivir su existencia de forma plena, sin subterfugios, e instalarse en el momento presente, puesto que si cada momento debe repetirse eternamente, su fin se encuentra tan sólo en sí mismo, y no en el futuro.

David Beckham

David Beckham

El futbolista británcio David Robert Joseph Beckham nació el 2 de mayo de 1975 en el barrio residencial londinense de Leytonstone, adonde, en 1969, se trasladaron desde Hoxton sus padres, el empleado de la compañía de gas y frustrado futbolista David Edward Ted Beckham y la peluquera Sandra West, con la que, además, tendría dos hijas, Lynne (1972) y Joanne (1982).
Pasión por el fútbol
Desde que David empezó a andar, su padre le transmitió sus dos grandes pasiones: el fútbol y el Manchester United, que a la sazón era un equipo más bien mediocre, pues no ganaba una Liga desde 1975. A los ocho años de edad David empezó a jugar en el equipo del barrio, el Ridgeway Rovers, con el que marcó más de cien goles en tres temporadas.
A los once años su vida dio un giro radical tras ganar, en Old Trafford, el famoso concurso de habilidades futbolísticas que organizaba el legendario sir Bobby Charlton. No sólo ganó el trofeo, cuyo premio era participar durante dos semanas en los entrenamientos con las promesas de la Masía del F. C. Barcelona, sino que batió el récord de puntos del certamen. Aquel día, él y su padre se conjuraron -si no se lo quedaba el Barça- para regresar al mítico césped del Manchester United.

David Beckham
Aquella euforia se esfumó de repente cuando Beckham no recaló en el F. C. Barcelona («Algún día volveré al Barça», gritó con rabia en su despedida de la Ciudad Condal), y tras ser rechazado en las pruebas efectuadas por dos equipos capitalinos de más renombre que el de su barrio: el Tottenham Hotspur y, lo que es más sorprendente, el modesto Leyton Orient.
Aunque desilusionado, David no se rindió y jugó en el Leytonstone, al tiempo que perfeccionaba su técnica en la Essex School, sin saber que, tras el concurso, los ojeadores del Manchester United seguían sus pasos por orden del propio entrenador, Alex Ferguson, quien el 1 de julio de 1991 lo fichó personalmente para las categorías inferiores.
En Manchester no se alojó en las instalaciones del club, sino en casas de acogida. Las dos primeras experiencias fueron nefastas, hasta que recaló en el hogar de los señores Kay, Annie y Tommy, con los que convivió más de dos años y a los que considera como sus segundos padres.
Cuando ya estaba acomodado, sus sueños empezaron a hacerse realidad en 1992, año en que junto a Beckham surgió la mejor hornada de la historia del Manchester, con nombres como Micky Butt, Ryan Giggs, Paul Scholes o los hermanos Neville, en un equipo juvenil que, no sólo ganaba, sino que imprimió un nuevo estilo de juego al anclado fútbol británico.
Eran jóvenes de dieciséis y diecisiete años a los que Ferguson seguía desde la grada, hasta que ganaron la Copa juvenil ante el Crystal Palace, a fines de 1992. Entonces comenzó a gestar en su mente la leyenda de los Fergie babes (en un claro paralelismo con los míticos Busby babes liderados por Charlton que conquistaron Europa en los años cincuenta), que, encabezados por el francés Eric Cantona y por un jovencísimo Giggs, que ya había dado el salto al primer equipo, ganarían un nuevo título de Liga para el Manchester en la temporada 1992-1993.
Beckham debutó con el primer equipo el 23 de septiembre de 1992 en un partido de Copa contra el Brighton. A partir de aquel día entrenó con los mayores, pero no jugaba en la Liga porque el Manchester funcionaba a la perfección. Tuvo que esperar hasta la temporada 1994-1995, en la que marcó su primer gol el 7 de diciembre de 1994 en su debut en la Liga de Campeones frente al Galatasaray, cuando aún no había debutado en la Premier League. David, que desde el 23 de enero de 1993 había firmado su primer contrato profesional, se impacientó. Más aún, cuando Ferguson le preguntó si, para la temporada 1994-1995, aceptaría una cesión al modesto Preston, de la Tercera División, con el que jugó cinco partidos y marcó dos goles.
Un ídolo para el Manchester United
En el meridiano de la Liga el medio campo del Manchester quedó mermado por las lesiones, y Ferguson recurrió por fin a Beckham, quien debutó en la Premier League el 2 de abril de 1995, contra el Leeds United. Aquella temporada el Manchester fue subcampeón y Beckham jugó sólo cuatro partidos.
En 1995-1996 se afianzó ya en el primer equipo, con el que jugó treinta y tres partidos y marcó siete goles, demostrando ya que era el mejor centrador del mundo y uno de los jugadores que mayor técnica atesoraba en el lanzamiento de faltas. Estas cualidades no pasaron desapercibidas, y el 1 de septiembre de 1996 debutó con la selección, con la que ha disputado más de cincuenta encuentros y de la que es capitán desde 1999. Siguió jugando en el Manchester, del que pronto se convirtió en el líder indiscutible, con un promedio de treinta y tres partidos por temporada y una media de ocho goles, la mayoría de ellos mediante magistrales lanzamientos de falta.
En su palmarés figuran seis títulos de Liga, una Liga de Campeones y una Copa Intercontinental (1999) y dos Copas de Inglaterra (1996 y 1997), aparte de otros trofeos menores. A título personal ostenta muchos galardones, aunque nunca ha podido ganar el Balón de Oro: Jugador del Mes de la Liga y Jugador Joven del Año (1996), de nuevo Jugador Joven del Año y Sir Matt Busby (1997), Centrocampista Europeo del Año y Balón de Plata europeo por detrás de Rivaldo (1999), Mejor Deportista Británico del año y de nuevo Balón de Plata por detrás de Figo (2001) y Balón de Bronce tras Ronaldo y Zidane (2002). Por otra parte, en noviembre de 2003 fue nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico.
Un matrimonio explosivo
Su boda, en 1997, con la ex Spice Girl Victoria Adams multiplicó el atractivo del futbolista para las firmas comerciales y los medios de comunicación. Todo lo que toca lo convierte en dólares, que es la moneda con la que cobra. Durante sus largos años en el Manchester, entre ficha e ingresos atípicos ganó un promedio de 15 millones de euros anuales. Se atreve con todo, hasta ha llegado a cantar en uno de los discos de su esposa, en la canción Out of your mind.

Victoria Adams en su llegada a Madrid
La cantante pareció haber arrinconado en buena medida su carrera para convertirse en dueña y señora de la proyección de su marido y del Beckingham Palace, como es denominada la mansión de los Beckham y donde, hasta que David fichó por el Real Madrid, celebraba a menudo fiestas a su imagen y semejanza, con la presencia de incondicionales como Elton John o Joan Collins.
Con Victoria tiene dos hijos: Brooklyn (5 de marzo de 1999), así llamado porque fue concebido en este famoso barrio neoyorquino, y Romeo (1 de septiembre de 2002), en homenaje a Shakespeare.
La fama de la pareja tiene empero un precio: en 2000 intentaron secuestrar a su primogénito. Por ello ha debido rodearse de extremas medidas de seguridad. Aparte de ésta, el Spice Boy o Becky, dos de sus apodos que han hecho mayor fortuna, ha recibido otras amenazas, hasta de muerte, como cuando en el Mundial de 1998 fue expulsado por una niñería e Inglaterra cayó eliminada por Argentina.
Beckham es todo un negocio, por ello lo fichó seguramente, en junio de 2003, Florentino Pérez, que para el puesto ya tenía a Figo, quitándoselo además al flamante presidente del F. C. Barcelona, Joan Laporta, quien había prometido su fichaje a la afición barcelonista en su campaña electoral. Al Real Madrid, que lo adquirió por 35 millones de euros y por una ficha anual de 6,5 millones, le deberá entregar el 50 % de sus contratos de imagen.
La llegada de Beckham a Madrid fue todo un acontecimiento. Llegó a Torrejón de Ardoz en avión privado y movilizó a miles de aficionados que querían acercarse a su nuevo ídolo. Un olor de multitudes que se repitió pocos después durante la gira asiática del equipo blanco.
Beckham es un hombre pulcro y maniático. Está obsesionado con el orden, y en su casa se viste de manera que los colores de la ropa sintonicen con el color de la habitación en cuestión y con los muebles. Lleva tatuados los nombres de su esposa e hijos y cambia continuamente de look. Y hasta se ha atrevido con pareos, diademas y diamantes, algo que parecía reservado a las mujeres.
Le apasionan los coches, sobre todo los Ferrari y los Bentley, y es un practicante consumado del golf y amante del cine; de hecho es el ídolo de la protagonista en la película Quiero ser como Beckham, la historia de una joven de origen hindú que pasa mil dificultades hasta cumplir sus sueños futbolísticos.
Enlace:http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/david_beckham/

miércoles, 29 de marzo de 2017

Vincent van Gogh

 Vincent van Gogh

(Groot-Zundert, Países Bajos, 1853 - Auvers-sur-Oise, Francia, 1890) Pintor holandés. En las décadas finales del siglo XIX, el impresionismo marcó el inicio de una profunda renovación de las artes plásticas que tendría continuidad en la sucesión de ismos o corrientes del arte contemporáneo. Algunos de los mejores maestros de este periodo, sin embargo, no pueden encasillarse en ninguna escuela, y abrieron por sí solos nuevos caminos; entre ellos, el holandés Vincent van Gogh ocupa una posición señera.

Detalle de un Autorretrato de 1890
Encarnación del artista torturado e incomprendido, Van Gogh no llegó a vender más que uno de aquellos centenares de cuadros suyos que actualmente alcanzan desorbitadas cotizaciones en las subastas. El reconocimiento de su obra no empezó hasta un año después de su muerte, a raíz de una exposición retrospectiva organizada por el Salón de los Independientes; en nuestros días, Van Gogh es considerado unánimemente uno de los grandes genios de la pintura moderna. Su producción ejerció una influencia decisiva en todo el arte del siglo XX, especialmente en el fauvismo y el expresionismo; y tras más de un siglo de experimentos artísticos, la pincelada tosca y atormentada del artista holandés, alimentada por el vigor de su pasión interior, conserva toda su fascinante fuerza expresiva.
Biografía
Vincent van Gogh era el mayor de los seis hijos de un pastor protestante, y mantuvo con su hermano Theo, cuatro años menor que él, una relación que sería determinante en su existencia y en su trayectoria artística. La correspondencia que ambos intercambiaron a lo largo de sus vidas testimonia la intimidad de esta relación y las pasiones y angustias humanas y creativas que atormentaron a Van Gogh en sus últimos años. Tras recibir una esmerada educación en un internado privado, a los dieciséis años entró como aprendiz en la filial de La Haya de la galería de arte parisina Goupil, una sociedad de comerciantes de arte fundada por su tío Vincent.
En 1873 pasó a la sucursal de la galería Goupil en Londres, donde hubo de padecer el primero de sus fracasos sentimentales; en 1875 fue trasladado a la filial parisina; en 1876 se despidió y regresó a Holanda. Trabajó después como profesor, ayudante de un pastor metodista y empleado de una librería; ninguno de estos empleos le duró mucho tiempo. Por aquel entonces sentía sobre todo la necesidad espiritual de entregarse a sus semejantes; de hecho, siempre había querido ser pastor, como su padre, y tal vocación lo llevó a Ámsterdam para seguir los estudios de teología, que suspendió.
Pasó entonces a la Escuela de Evangelización Práctica de Bruselas, y en 1878 fue enviado por sus superiores a la zona minera del Borinage. Establecido en el pueblo de Pâturages, próximo a Mons, realizó una serie de dibujos de los mineros. La Escuela de Evangelización lo expulsó por su excesiva implicación: impresionado por sus infrahumanas penurias, Van Gogh llegó a dar a los mineros lo poco que tenía y a vivir más pobremente que ellos.
El contacto con tal miseria y desolación socavó su fe, y Van Gogh pasó esta crisis espiritual vagando por Francia y Bélgica y escribiendo a su hermano Theo, que ocupaba ahora su antiguo empleo en la galería Goupil de París. Animado por Theo, en 1880 decidió dedicarse a la pintura y fue a Bruselas, donde conoció al pintor Anthon Van Rappard (con quien mantendría una larga relación) y llevó a cabo las primeras copias de Millet.
Tras otro fracaso sentimental con su prima Kate, conoció a una prostituta llamada Sien, cuyos infortunios despertaron su siempre infinita compasión. En 1882 vivió en Schenkweg con Sien y con sus hijos, que tomó a su cargo; seguía dibujando, y realizó sus primeros cuadros. Tras descubrir Theo su relación con Sien, rompió con ella a instancias de su hermano y marchó al norte, donde permaneció hasta finales de 1883. Fue luego a Nuenen, donde se aproximó de nuevo a su familia y pintó febrilmente; de esos dos años (1884-1885) son sus primeras telas de importancia. Cuadros como Los comedores de patatas (1885), diversas representaciones de tejedores y cabezas y figuras de campesinos forman, junto con innumerables dibujos, el conjunto de obras de esta etapa de formación.
En 1886 se reunió con su hermano en París; allí, en la capital artística de Europa, el contacto con el impresionismo reorientó visiblemente su estilo. Se relacionó con los impresionistas y postimpresionistas en la tienda de colores del "père Tanguy" (de quien pintó el conocido retrato) y descubrió el arte japonés. Su hermano le presentó a Camille Pissarro, Georges Seurat y Paul Gauguin; conoció asimismo a Toulouse-Lautrec y Émile Bernard, y bajo ese nuevo ambiente llegaría a la definición de su pintura. Su paleta se tornó definitivamente clara y colorista y sus composiciones menos tradicionales, dando forma a su personal visión del postimpresionismo.

Van Gogh pintando girasoles (1888), de Paul Gauguin
Los consejos de su hermano y su interés por el color y por la captación de la naturaleza lo indujeron a trasladarse en febrero de 1888 a Arlés, en la soleada Provenza, donde su obra fue progresivamente expresando con mayor claridad sus sentimientos sobre lo representado y sus propios estados de ánimo. Trabajó intensamente, pintó la mayoría de sus telas más célebres y puras y escribió sus páginas más claras y profundas. Pero la soledad se le hacía insoportable, y con el propósito de formar un taller colectivo, Van Gogh alquiló una casa donde invitó a los artistas con quienes compartía intereses.
A instancias suyas, Paul Gauguin se instaló en la "casa amarilla" (así llamada por el color de sus paredes) en octubre de 1888, pero la relación fue haciéndose más y más difícil por el fuerte temperamento de ambos. En el transcurso de una discusión, Van Gogh llegó a atacar a Gauguin con una navaja de afeitar; luego, arrepentido de aquel arranque, se cortó el lóbulo de la oreja para expiar su culpa y lo hizo llegar a Gauguin, quien, lejos de conmoverse ante aquella muestra de contrición, lo juzgaba ya como un loco peligroso con el que no tenía ninguna intención de convivir. De este confuso lance (pues existen otras versiones del mismo) dan fe dos célebres autorretratos del pintor con una oreja vendada; en el segundo de ellos aparece fumando melancólicamente su pipa, ensimismado y sombrío.

Autorretrato con la oreja cortada y pipa (1889)
Tras la marcha de Gauguin, Theo le visitó e hizo que ingresara en el hospital de Arlés. En mayo de 1889, ante el temor a perder su capacidad para trabajar, pidió ser ingresado en el hospital psiquiátrico de Saint-Rémy-de-Provence, donde permaneció doce meses. También en este período Van Gogh pintó intensamente; tras sufrir diversos ataques y ante la imposibilidad de salir al exterior, realizó obras relacionadas con el hospital, retratos de médicos y reinterpretaciones de obras de Rembrandt, Delacroix y Millet. La pérdida de contacto con la realidad y una progresiva sensación de tristeza son las claves de este período, durante el cual desarrolló un estilo basado en formas dinámicas y en el uso vigoroso de la línea, de lo cual resultó una pintura más intrépida y visionaria que la de Arlés.
Sin conseguir superar el estado de melancolía y soledad en que se encontraba, en mayo de 1890 se trasladó a París para visitar a su hermano Theo. Por consejo de éste viajó a Auvers-sur-Oise, donde fue sometido a un tratamiento homeopático por el doctor y pintor aficionado Paul-Ferdinand Gachet. En este pequeño pueblo retrató el paisaje y sus habitantes, intentando captar su espíritu. Su estilo evolucionó formalmente hacia una pintura más expresiva y lírica, de formas imprecisas y colores más brillantes.

La siesta (1890)
Pese a que unos meses más tarde el doctor Gachet consideró que se encontraba plenamente curado, su estado de ánimo no mejoró; asediado por sentimientos de culpa debidos a la dependencia de su hermano Theo y a su fracaso como artista, su espíritu se encontraba irremediablemente perturbado por una tristeza inconsolable. El 27 de julio de 1890, en el silencio de los campos bajo el sol, Van Gogh se descerrajó un disparo en el pecho; murió dos días más tarde, sin haber cumplido los treinta y siete años. Al cabo de seis meses, sumido en el dolor, le siguió su hermano Theo, enterrado a su lado en el pequeño cementerio de Auvers.
La obra de Van Gogh
Menos de diez años de dedicación a la pintura bastaron para otorgar a Van Gogh un lugar entre los genios de la historia del arte, y es difícil imaginar cuál hubiera sido su aportación de no haber truncado él mismo su trayectoria. Debe decirse, sin embargo, que su dedicación fue tan breve como ardiente: componen su legado más de ochocientos cuadros, además de numerosos dibujos y aguafuertes. Las obras realizadas antes de su estancia en París conforman lo que podría llamarse el periodo oscuro del pintor; de hecho, sus primeras telas importantes datan de los dos años inmediatamente anteriores a su llegada a la capital francesa (1884-1885). Admirador entusiasta de Millet, Van Gogh retrató con rudeza en estas primeras obras el sufrimiento de los trabajadores humildes sometidos a considerables esfuerzos físicos y sus miserables condiciones de vida.

Los comedores de patatas (1885)
La obra más ambiciosa y que mejor refleja esta etapa del pintor es Los comedores de patatas (1885, Museo Vincent van Gogh, Ámsterdam). Cinco personajes se reúnen a las siete de la tarde en un lúgubre comedor para tomar patatas y café. Con crudeza y dramatismo, Van Gogh transmite en los rostros deformados una miseria sin esperanza. Una tenue lámpara de gas ilumina levemente los alimentos, la mesa y los cuatro personajes del fondo. En primer plano, a contraluz, se halla una mujer en una escala exageradamente reducida.
Las facciones son caricaturescas, los cuerpos deformes y el ambiente claustrofóbico. Desde el punto de vista formal, la obra se caracteriza por pinceladas gruesas y agitadas en tonos muy oscuros. La identificación del artista con el sufrimiento de los pobres y marginados encuentra su vehículo en esta inmediatez de los medios pictóricos utilizados, totalmente ajenos a los convencionalismos academicistas.
En París
El mismo año que Georges Seurat presentó al público Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1886), Van Gogh llegó a París, donde permaneció hasta 1888. Durante esos dos años su estilo pictórico cambió de modo radical: se alejó de la tradición holandesa para inclinarse por las tonalidades claras, por los colores puros y por las pequeñas pinceladas divisionistas que le enseñaron Camille Pissarro y Paul Signac. A pesar de que sus inclinaciones por la disciplina divisionista fueron escasas, aprendió, sin embargo, la importancia de la pincelada y la yuxtaposición de colores, que utilizaría posteriormente para fines más subjetivos y personales.

Autorretrato con sombrero de paja (1887-88)
Uno de los cuadros representativos de la estancia en París es el Autorretrato con sombrero de paja (1887-88, Museo de Arte Metropolitano, Nueva York). La paleta y las pinceladas evidencian la influencia del divisionismo o puntillismo, especialmente el practicado en las obras de Seurat y Signac. Van Gogh consigue en esta obra una total asimilación de los principios neoimpresionistas, y el autorretrato refleja el fuerte temperamento de quien, en diciembre de 1885, había escrito a su hermano: "Prefiero pintar ojos de seres humanos en vez de catedrales, ya que hay algo en los ojos que no está en las catedrales, no importa lo solemne e imponentes que éstas puedan ser. El alma de un hombre, así sea la de un pobre vagabundo, es más interesante para mí".
Arlés
En febrero de 1888 Van Gogh se trasladó a la localidad de Arlés, en el sur de Francia. Pretendía encontrar allí la luminosidad que tanto había admirado en los grabados japoneses. Le fascinaron el sol deslumbrante, el cielo azul intenso y la viveza de los colores. Realidad y pintura parecían ponerse de acuerdo; atrás quedaban los cielos cubiertos de Holanda, Bélgica y París. En Sembrador con el sol poniente (1888, Museo Vincent van Gogh, Ámsterdam), el sol meridional irradia los campos con su energía, mientras un campesino -inspirado en Millet- siembra la tierra. La obra expresa la alegría del autor ante un lugar que estimuló su fuerza creativa y le permitió avanzar en su trabajo artístico.

Sembrador con el sol poniente (1888)
Van Gogh intentó convencer a Émile Bernard y Paul Gauguin para que se trasladaran a vivir a este paraíso meridional y crear, así, una pequeña comunidad de artistas. Vincent se dejó seducir por los contornos nítidos y los extensos planos de color puro que caracterizaba el estilo de sus compañeros, y se dejó influir por ellos en obras como El café de noche de Arlés (1888, Yale University Art Gallery, New Haven, Connecticut).
Pero Van Gogh, instalado en Arlés ocho meses antes de la llegada de Gauguin, había encontrado su propio estilo más allá del impresionismo y del divisionismo. Las divergencias y enfrentamientos entre ambos artistas fueron múltiples. Gauguin rechazaba los empastes que Van Gogh utilizaba porque le parecían desordenados; se veía a sí mismo como un primitivo refinado, mientras que consideraba a Vincent un artista impulsivo y romántico.
En una serie que tenía como tema Les Alyscamps, un parque de Arlés, Van Gogh siguió los consejos de Gauguin de hacer una pintura "de memoria", inspirada en el cuadro Mujeres en el jardín (1888, Art Institute, Chicago) pintado por su compañero. Es también el caso de Mujeres de Arlés (1888, Museo del Hermitage, San Petersburgo), uno de los escasos trabajos del artista no creados al natural. Gauguin le imponía con insistencia tal procedimiento, el cual terminaría siendo otro motivo de desavenencia artística entre ambos maestros, ya que Van Gogh consideraba que el trabajo al natural era el único medio a través del cual podía expresar sus ideas.

Mujeres de Arlés (1888)
Mujeres de Arlés también es conocido con el título Recuerdo del jardín de Etten (pequeña ciudad del norte de Holanda en la que trabajó el pintor algún tiempo). Probablemente fue este hecho, el del recuerdo, el que hizo innecesario el trabajo al natural. Las figuras y el paisaje se extienden sin profundidad, paralelamente a la superficie del lienzo, en zonas peculiares, de acuerdo a un método adquirido de los pintores japoneses. A primera vista parece que el cuadro está pintado en anchas extensiones de colores, pero una mirada atenta nos demuestra que estas extensiones están saturadas de pequeñas y precipitadas pinceladas, que crean el dinamismo interno de las formas y las hace sumamente expresivas. Los rostros de las mujeres, pensativos y tristes, transmiten al espectador un sentimiento de angustia.
En el plano artístico, su estancia de poco más de un año en Arlés se tradujo en unos doscientos lienzos. La habitación de Van Gogh en Arlés (1889, Museo de Orsay, París) es uno de los más célebres. Representa el dormitorio del pintor, tema que trató en varias ocasiones con el deseo de expresar la idea de un "completo descanso" a través únicamente del uso de colores claros y empastados. En él, con una extrema concisión, el pintor mostró el ambiente de la pieza, amueblada con suma sencillez con una cama, una mesa, dos sillas, un espejo, varios cuadros y dos dibujos. Una de las versiones de este lienzo fue acabada por Van Gogh en 1889, durante su estancia en el asilo de Saint-Rémy-de-Provence.

La habitación de Van Gogh en Arlés (1889)
De la estancia en Arlés hay que destacar también otras obras famosísimas: Los girasoles (1888, National Gallery, Londres) formaba parte de una serie destinada a decorar el estudio donde trabajaban juntos Van Gogh y Gauguin; en algunos de los lienzos las flores están colocadas sobre un fondo azul, pero en éste todo está pintado en distintas gamas de amarillo, color que en el artista se asocia a la luz del sol y a la felicidad. Pintó también paisajes, naturalezas muertas y retratos, así como sus conocidos lienzos de campos de trigo luminosos y resplandecientes bajo un cielo azul intenso.
Los últimos años
Cuando a principios de diciembre de 1888 Gauguin realizó un retrato de Vincent, Van Gogh pintando girasoles (1888, Museo Vincent van Gogh, Ámsterdam), Van Gogh creyó ver representada su propia locura. Después, con el lance turbulento de la mutilación de la oreja (nunca del todo esclarecido) terminó una tempestuosa convivencia de dos meses y, con ella, la utopía de crear una comunidad de artistas en el sur de Francia. Todo ello lo sumió en una gravísima crisis mental que acabaría con su internamiento en un hospital.
Van Gogh sufriría desde entonces varias crisis nerviosas, aunque sólo ocasionalmente afectaron a su acelerado ritmo de trabajo; estuvo internado, primero, en el sanatorio mental de Saint-Rémy, y luego, bajo la atención del doctor Gachet, en Auvers-sur-Oise. En los varios cuadros que dedicó a su médico (como el Retrato del doctor Gachet, 1890, Museo de Orsay, París) subraya su pasividad y melancolía en un gesto plenamente romántico. Las obras de este período final acusan un fuerte contraste y reflejan su íntima desdicha y los tormentos interiores que le afligían; el tratamiento formal, nervioso y desasosegado hasta el paroxismo, las pinceladas gruesas y ondulantes y los bruscos colores de su paleta expresan su zozobra.

Detalle de un Autorretrato (1890, Museo de Orsay, París)
También en esta última etapa abundan las obras maestras; a ella pertenecen sus mejores autorretratos, entre los que sobresale el Autorretrato de 1890 (Museo de Orsay, París), que regaló al doctor Gachet. El predominio de los tonos azules contrasta con los rojos y naranjas del pelo y el rostro; azules son también los ojos, cuya mirada fija y penetrante atrae inmediatamente la atención del espectador. En cierta ocasión escribió a su hermano Theo: "Se ha dicho -y estoy dispuesto a creerlo- que no es fácil conocerse uno mismo, ni tampoco pintarse uno mismo". El cuadro es uno de los resultados culminantes del laborioso ejercicio de introspección a que se sometió Van Gogh.
Aunque también puedan encontrarse lienzos de límpido esplendor, en sus últimos paisajes la belleza natural aparece a menudo turbada por una subterránea agitación, reflejo de la ansiedad del artista. Las barracas (1889, Museo del Hermitage, San Petersburgo) presenta en apariencia un sencillo paisaje, con un campo en primer plano, un grupo de barracas, unos cerros y el cielo como telón de fondo. Sin embargo, ni una sola parcela del lienzo se halla libre de inquietud: todo está en tensión y todo se encuentra en impetuoso movimiento. El cielo, pintado con grandes pinceladas, parece precipitarse sobre los cerros, los cuales a su vez se asemejan a fuertes oleadas de agua que se abalanzan sobre las construcciones. Las imágenes de las barracas tampoco irradian tranquilidad con sus quebradas siluetas. La misma tensón posee la gama cromática: predominan los tonos verdes variados, pero de golpe un tejado casi rojo rompe el equilibrio.

Cipreses (1889)
En Cipreses (1889, Metropolitan Museum, Nueva York), esos infamados árboles que simbolizaron siempre la hospitalidad se yerguen como dos llamaradas desde una espesura de matas bajas, diabólicamente inquietas contra un luminoso cielo azul arremolinado de nubes blancas. Las pinceladas son espesas, se arraciman y se superponen en torbellino, y el conjunto del paisaje queda traspasado por una turbadora ansiedad. Una proyección aún más intensa de su estado de ánimo en el paisaje se encuentra en Noche estrellada (1889, MOMA, Nueva York), donde las ondulaciones sacuden una visionaria representación del cielo, reflejo de una abrumadora angustia interior. La fuerza de tales obras ha valido al artista la consideración de genial precursor del expresionismo.

Noche estrellada (1889)
No siempre fue sombrío el ánimo de Van Gogh en esta fase final. De hecho, muchas de las cartas a Theo de los últimos meses están iluminadas por una alta y feliz embriaguez creadora, por el gozo de una liberación artística finalmente alcanzada en íntima comunión con la libre naturaleza. La desazón interior convivía con una pasión creativa inextinguible y con su exacerbada sensibilidad por la belleza, y tal tensión está en la base de muchas obras. Campo de trigo con cipreses (1889, National Gallery, Londres) muestra el espíritu inquieto de un hombre al borde de la locura, pero también expresa la admiración del artista por la belleza y el poder de la naturaleza, como se manifiesta en los cipreses flameantes y en las espigas dobladas por el viento.

Campo de trigo con cipreses (1889)
Análoga complejidad anímica se refleja en obras como Las lilas (1889, Museo del Hermitage, San Petersburgo). La espesa hierba y las flores del primer plano son especialmente hermosas, y los radiantes colores con los cuales está pintado el arbusto en flor suenan como un himno a la belleza y al poder de la naturaleza; pero el azul del segundo plano presenta una tonalidad tan intensa que hace pensar en el estado anímico del pintor. Cada forma pictórica y cada pincelada manifiestan el máximo de tensión: los tallos y los pétalos de las filas se retuercen como si estuvieran en el fuego.
Pero la naturaleza, que alegraba y sorprendía al maestro con su belleza, no lograba sosegar su atormentada alma. Dos semanas antes de su suicido pintó una de sus obras más sobrecogedoras, Trigal con cuervos (1890, Museo Van Gogh), que ha sido objeto de dispares interpretaciones. Un premonitorio cielo oscuro con una bandada de cuervos cubre uno de sus amados trigales, atravesado a medias por un camino cortado.

Trigal con cuervos (1890)

Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez

En la última década del siglo XIX, Rubén Darío dio a Hispanoamérica la independencia literaria al inaugurar la primera corriente poética autóctona, el Modernismo. Mediado el siglo XX, correspondió al colombiano Gabriel García Márquez situar la narrativa hispanoamericana en la primera línea de la literatura mundial con la publicación de Cien años de soledad (1967). Obra cumbre del llamado realismo mágico, la mítica fundación de Macondo por los Buendía y el devenir de la aldea y de la estirpe de los fundadores hasta su extinción constituye el núcleo de un relato maravillosamente mágico y poético, tanto por su desbordada fantasía como por el subyugante estilo de su autor, dotado como pocos de un prodigioso "don de contar".

Gabriel García Márquez
El mundo de Macondo, parábola y reflejo de la tortuosa historia de la América hispana, había sido esbozado previamente en una serie de novelas y colecciones de cuentos; después de Cien años de soledad, nuevas obras maestras jalonaron su trayectoria, reconocida con la concesión del Nobel de Literatura en 1982: basta recordar títulos como El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) o El amor en los tiempos del cólera (1985). Como máximo representante del Boom de la literatura hispanoamericana de los años 60, García Márquez contribuyó decisivamente a la merecida proyección que finalmente alcanzó la narrativa del continente: el fenómeno editorial del Boom supuso, en efecto, el descubrimiento internacional de numerosos novelistas de altísimo nivel apenas conocidos fuera de sus respectivos países.
La infancia mítica
Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena) el 6 de marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando el pequeño Gabriel contaba sólo cinco años, a la población de Sucre, en la que don Gabriel Eligio abrió una farmacia y Luisa Santiaga daría a luz a la mayoría de los once hijos del matrimonio.
Los abuelos de García Márquez eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días (1899-1902), le contaba a Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán, su cegatona abuela, pasaba los días contando fábulas y leyendas familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica, supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías, la que más lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.
Gabriel García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba le daban ganas de besarla, y sólo por el hecho de verla iba con gusto a la escuela. Rosa Elena le inculcó la puntualidad y el hábito de escribir directamente en las cuartillas, sin borrador.

García Márquez (centro) con parte de sus hermanos (Aracataca, 1935)
En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre. De allí pasó interno al Colegio San José de Barranquilla, donde a la edad de diez años ya escribía versos humorísticos. En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia realmente traumática: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólico y triste. Embutido siempre en un enorme saco de lana, nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.
Durante los seis cursos que pasó en el Liceo de Zipaquirá, hubo de recorrer al menos dos veces al año, en barco de vapor, el río Magdalena, principal arteria fluvial del país; esta experiencia, acaso la última remarcable, y sobre todo aquella asombrada primera infancia en Aracataca hasta los nueve años, con el incontenible aluvión de historias y leyendas oídas de sus abuelos y sus tías, configuran el substrato mítico del que García Márquez partiría para la composición de Cien años de soledad y la mayor parte de su obras.
En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura, entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le obsequió con la siguiente dedicatoria: "A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera". Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en quince periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón Hermida era "el profesor ideal de Literatura".
En los años de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos, burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás compañeros de curso. En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos inspirados en una novia que tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946 terminó sus estudios secundarios con magníficas calificaciones.
Estudiante de leyes
En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá para estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso López Michelsen y se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las conoció casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces "una ciudad colonial, (...) de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres fenomenales aunque éstos no estuvieran allí".
Los estudios de leyes no eran propiamente su pasión, pero logró consolidar su vocación de escritor. El 13 de septiembre de 1947 publicó su primer cuento, La tercera resignación, en el número 80 del suplemento Fin de Semana del rotativo El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda. Zalamea, que firmaba sus columnas con el pseudónimo de Ulises, escribió en la presentación del relato que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana; las ilustraciones del texto estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato. El 9 de abril de 1948 fue asesinado el líder de la oposición, Jorge Eliecer Gaitán; los violentos desórdenes que ese mismo día asolaron la capital (en una jornada de revuelta conocida como el "Bogotazo") fueron la causa de que la Universidad Nacional cerrara indefinidamente sus puertas. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se graduó, pero inició una de sus principales actividades periodísticas: la de columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién fundado periódico El Universal.
El Grupo de Barranquilla
A principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El "sabio catalán", dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no caer en lo folclórico.
Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de "La jirafa" y firmada por "Septimus".
En el periódico barranquillero trabajaban también Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. García Márquez escribía, leía y discutía todos los días con los tres redactores; el inseparable cuarteto se reunía a diario en la librería del "sabio catalán" o se iba a los cafés a beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaban a grito herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos Passos, Camus, Virginia Woolf y William Faulkner, escritor este último de gran influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy especialmente en la de García Márquez; en el famoso discurso "La soledad de América Latina", que pronunció con motivo de la entrega del premio Nobel en 1982, el colombiano señaló que William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades que, además, no fueron de su predilección: siempre prefirió contar historias.

Álvaro Cepeda Samudio y García Márquez
En la época del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista, pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en el sitio mitológico en el que se reunían los miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.
También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos, un edificio de cuatro pisos ubicado en la calle del Crimen que alojaba también un prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado sus mamotretos (los borradores de La hojarasca) y le decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves".
Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre otros, Julio Mario Santo Domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.
Periodismo y literatura
A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde se había criado. Comprendió entonces que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor a los corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta metros.

En la redacción de Prensa Latina (Bogotá, 1959)
En febrero de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge Gaitán Durán.
La publicación duró sólo siete años, pero fueron suficientes, por la profunda influencia que ejerció en la vida cultural colombiana, para considerar que Mito señala el momento de la aparición de la modernidad en la historia intelectual del país, pues jugó un papel definitivo en la sociedad y en la cultura colombianas: desde un principio se ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel García Márquez publicaría tres trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955) y la novela breve El coronel no tiene quien le escriba (1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado que Mito fue trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En Mito comenzaron las cosas".
En ese año de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje por entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla. La dirección de El Espectador decidió que Gabriel García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde aparentemente el papa Pío XII agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.
Rondando por el mundo
Tres años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El Espectador debía enviarle pero que se demoraba debido a las dificultades del diario con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando la carta que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, fue corresponsal de El Independiente, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianísima Cromos.
La estancia en Europa permitió a García Márquez ver América Latina desde otra perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países latinoamericanos, y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían en la Ciudad de la Luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.
A finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. En marzo de 1958 contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barcha, unión de la que nacerían dos hijos: Rodrigo (1959), bautizado en la Clínica Palermo de Bogotá por Camilo Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su matrimonio, de regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en Momento y asumir un extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar ocasionalmente en Élite.

Con Mercedes Barcha y sus hijos
Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los exiliados cubanos y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno norteamericano le denegó el visado de entrada, porque, según las autoridades, García Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, recibiría el autor un visado, aunque condicionado.
Recién llegado a México, donde García Márquez residiría muchos años de su vida, se dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) trabajó en las revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en el cuento homónimo escrito por Juan Rulfo, que García Márquez adaptó con el también escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana con La mala hora (1962).
La consagración
Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que había venido rumiando durante diecisiete años. Consideró que ya la tenía madura, se sentó a la máquina de escribir y trabajó ocho y más horas diarias durante dieciocho meses seguidos, mientras que su esposa se ocupaba del sostenimiento de la casa.
En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es una sucesión de historias fantásticas perfectamente hilvanadas en un tiempo cíclico y mítico: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe, se refleja de manera hiperbólica e insuperable la historia colombiana desde los tiempos de la independencia hasta los años treinta del siglo XX.
Cien años de soledad mereció este juicio del gran poeta chileno Pablo Neruda: "Es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan calificado concepto se ha dicho todo: la novela no sólo es la opus magnum de García Márquez, sino que constituyó un hito en la historia literaria de Latinoamérica al ser señalada como una de las mejores realizaciones narrativas de todos los tiempos. El éxito entre el público acompañó esta valoración: figura entre los libros que más traducciones tiene (cuarenta idiomas por lo menos) y que mayores ventas ha logrado, alcanzando las cifras de un verdadero best seller mundial.

Gabo en los tiempos de Cien años (Barcelona, 1969)
El éxito de Cien años de soledad situó a García Márquez en la primera línea del Boom de la literatura hispanoamericana y supuso el espaldarazo definitivo para aquel fenómeno editorial que, desde principios de los 60, estaba dando a conocer al mundo la obra de los nuevos y no tan nuevos narradores del continente: los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa, el uruguayo Juan Carlos Onetti y los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre otras figuras. Tras el aplauso unánime del público y de la crítica, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana.
Durante las siguientes décadas escribiría cinco novelas más y se publicarían tres volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su producción periodística y narrativa. De los quince años que mediaron hasta la concesión del Nobel cabe destacar la colección de cuentos La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1973), la novela "de dictador" El otoño del patriarca (1975), tema recurrente en la tradición hispanoamericana, y un nuevo prodigio de perfección constructiva y narrativa basado en un suceso real y alejado del realismo mágico: la Crónica de una muerte anunciada (1981), considerada por muchos su segunda obra maestra.
Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y sólo después de casi veintitrés años reanudó sus colaboraciones en El Espectador. En 1985 cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha siempre colocaba un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que García Márquez consideraba de buena suerte. Un vigilante autorretrato de Alejandro Obregón, que el pintor le regaló, presidía su estudio; en una noche de locos, el artista lo había atravesado con cinco tiros del calibre 38 para zanjar una disputa entre sus hijos sobre quién lo heredaría. Finalmente, dos de sus compañeros periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo, murieron, cumpliendo cierta predicción escrita en Cien años de soledad.
Premio Nobel de Literatura
En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió una noticia que hacía ya tiempo que esperaba por esas fechas: la Academia Sueca acababa de otorgarle el ansiado premio Nobel de Literatura. Se hallaba entonces exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981 se había visto obligado a salir de Colombia para eludir su captura; el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la revista Alternativa, de corte socialista.
La concesión del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y en Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel se celebró en Estocolmo los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después, disputó el galardón con el novelista británico Graham Greene y el alemán Günter Grass.

En la entrega del Nobel (1982)
Dos actos confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García Márquez. A la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquilique de lino blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continental. Y con el discurso "La soledad de América Latina" (leído el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante la Academia Sueca en pleno y cuatrocientos invitados y traducido simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o frases gastadas con que tradicionalmente Europa se ha referido a Latinoamérica, y denunció la falta de atención de las superpotencias hacia el continente.
El flamante Nobel dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición frente a las Américas, quedándose tan sólo con la carga de maravilla y magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo, y sugirió cambiar ese punto de vista mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte. El discurso es una pieza literaria de elevado estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa manifestación de su personalidad nacionalista, de su fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo afecta a todos los elementos de la vida latinoamericana; los escritores de esta parte del mundo deben, por consiguiente, estar comprometidos con la realidad social total.
Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Presentó además una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a propósito de la cual el escritor colombiano expresó: "El sueño de mi vida es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor".
Últimos años
Desde que se conoció la noticia de la obtención del premio, el asedio de periodistas y medios de comunicación fue permanente y los compromisos se multiplicaron. Finalmente, en marzo de 1983, Gabo regresó a Colombia. En Cartagena lo esperaba su madre, doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio de Manga, con un suculento sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.

Gabriel García Márquez
Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria Trujillo (1990-1994), junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero acaso una de sus más valientes actitudes fue el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al bloqueo norteamericano, que sirvió para que otros países apoyasen de alguna manera a Cuba y evitó mayores intervenciones de los estadounidenses.
En el terreno literario, apenas tres años después del Nobel publicó otra de sus mejores novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985), extraordinaria y dilatadísima historia de amor que tuvo una tirada inicial de 750.000 ejemplares. Deben destacarse asimismo la novela histórica El general en su laberinto (1989), sobre el libertador Simón Bolívar, y los relatos breves reunidos en Doce cuentos peregrinos (1992). Tras algunos años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La publicación de esta obra supuso un magno acontecimiento editorial, con el lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los países hispanohablantes.
En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela, Memorias de mis putas tristes; en 2007 recibió sentidos y multitudinarios homenajes por triple motivo: sus 80 años, el cuadragésimo aniversario de la publicación de Cien años de soledad y el vigésimo quinto de la concesión del Nobel. Falleció el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México, tras de una recaída en el cáncer linfático por el que ya había sido tratado en 1999.
Enlace;http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/

 

José Antonio Primo de Rivera: Historia de España

José Antonio Primo de Rivera

(José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia) Político fascista español, fundador de la Falange (Madrid, 1903 - Alicante, 1936). Hijo primogénito del dictador Miguel Primo de Rivera, decidió entrar en política para defender la memoria de su padre, generalmente denostada en los años del hundimiento de la dictadura y de la implantación de la Segunda República (1931).

José Antonio Primo de Rivera
José Antonio fracasó en su intento de obtener un escaño de diputado en las elecciones de 1931, a las que se presentó con la Unión Monárquica Nacional; pero consiguió su propósito en las de 1933, integrado en una coalición conservadora. Utilizó su escaño y las libertades democráticas del régimen republicano para lanzar un nuevo partido de inspiración netamente fascista, atraído por los modelos de Mussolini y Hitler.
Tras varios intentos fracasados, en 1933 creó la Falange Española; al año siguiente la fusionó con otro grupo de ideología similar, las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos, dando lugar a FE de las JONS. Combinando la agitación callejera (frecuentemente violenta) de sus jóvenes militantes con la propaganda política, la Falange fue adquiriendo notoriedad en la vida pública española.
Pero las elecciones de 1936, en las que no obtuvo ni un solo escaño, demostraron su escaso apoyo entre la opinión pública. Por entonces, la Falange estaba ya decididamente inclinada hacia el uso de la fuerza y el abandono de la lucha política legal, contra el ascenso del poder de la izquierda y de los nacionalismos regionales, que entendía como amenazas contra sus valores esenciales. La derrota electoral de 1936 confirmó esa tendencia y lanzó a los falangistas al pistolerismo y a la conspiración contra la República.
En aquel mismo año, el gobierno de izquierdas declaró ilegal a la Falange como responsable de desórdenes públicos, y encarceló a su jefe, José Antonio Primo de Rivera. Cinco meses más tarde tuvo lugar el golpe de Estado militar encabezado por Mola y Franco, con el que dio comienzo la Guerra Civil (1936-39). El gobierno republicano, consciente de la connivencia de la Falange con los golpistas, trasladó a José Antonio de Madrid a una cárcel más segura en Alicante, donde fue condenado a muerte por un tribunal popular y fusilado.
Los militares alzados en armas contra la República no hicieron nada por salvar la vida de José Antonio, cuya muerte en plena juventud les suministró un mito heroico ampliamente explotado en los años siguientes; al mismo tiempo, la desaparición de José Antonio eliminó del bando rebelde al único líder con carisma que podía hacer sombra a los militares, dejando el camino expedito para la conversión de la Falange en partido único del régimen (unificada con los tradicionalistas formando FET de las JONS), una Falange domesticada y desprovista de su mística revolucionaria inicial, con Franco como jefe nacional.

Galego: Xosé Manuel Beiras

El intelectual que dio la réplica a Fraga

 

Si algún título puede definirle a nivel personal es el de intelectual. Licenciado en Derecho y Ciencias Económicas, su formación académica la completan estudios en Lengua y Literatura Francesa en La Sorbona y Economía en la London School of Economics y el Institut de Sciencie Economique Aplliquée de París, y un currículum imposible de resumir. A nivel político, carismático, extravagante y reverso de Manuel Fraga son apelativos que no le niegan ni propios ni ajenos.
Xosé Manuel Beiras entró en política en 1963, fundando el Partido Socialista Galego (PSG) en la clandestinidad, y ya nunca se fue. Hizo amagos de abandonar en varias ocasiones y permaneció en un segundo plano de la vida política desde que dejó de ser diputado autonómico en 2005, pero cuando ya todos daban por terminada su carrera, volvió a postularse como candidato a la Xunta de Galicia once años después de sus últimas elecciones. En esta ocasión, al frente de Alternativa Galega de Esquerda (AGE), la coalición entre su nuevo partido (Anova) e Izquierda Unida.Resultado de imagen de xose manuel beiras
Secretario general del PSG de 1971 a 1977, lo dejó tras encabezar la lista por A Coruña en las primeras elecciones generales de la Transición y no lograr ningún escaño. Fue el primer momento en que la política gallega pensó que se iba una figura que ya se había convertido en carismática. Consiguió su cátedra en Estructura Económica por la Universidad de Santiago en la que no ha dejado de ejercer, pero volvió a primera línea en 1982, cuando participó en la fundación del Bloque Nacionalista Galego (BNG).
En aquel mismo instante se convirtió en la cabeza visible del nacionalismo gallego y en los años 90 escenificó su ascenso fulgurante hasta convertirlo en la segunda fuerza más votada en Galicia, pero en 2005 empezaron sus horas bajas en el frente nacionalista. Dimitió como portavoz nacional y encabezó la corriente crítica dentro de la formación al frente del Encontro Irmandiño, en un enfrentamiento con la agrupación que llegó a su punto álgido en febrero de 2012, cuando se produjo una escisión y el Encontro Irmandiño de Beiras empezó su andadura en solitario. Fundó a los pocos meses A Nova Irmandade Galega y en septiembre se alió con Izquierda Unida para hacer un frente común, Alternativa Galega de Esquerda, para captar a los descontentos del nacionalismo y la izquierda.
La figura arrolladora de Beiras arrastra votos, como quedó demostrado el 21-O. AGE irrumpió como tercera fuerza política, desplazando al BNG, tras cosechar más de 200.000 sufragios que se tradujeron en nueve diputados. Beiras ha vuelto al parlamento gallego con la intención de "reactivar un proceso de rebelión cívica", como proclamó en la noche electoral.

Hablar de política en Galicia y no mencionar alguno de los episodios protagonizados por este político e intelectual es prácticamente imposible. En los anales de la historia quedará aquel día de 1993 en que abrió todos los telediarios aporreando con su zapato el escaño del Parlamento gallego. Quienes no han vuelto a ver sus intervenciones políticas le tildan, desde entonces, de 'viejo chiflado'. Él no les culpa, sabe que hace mucho que peina canas y que pocos saben que con su gesto estaba emulando al ruso Nikita Kruchev y que se sacó el zapato para interpelar al polémico ex alcalde de Santiago Gerardo Conde Roa y porque era la forma que tenía de hacerse oír contra las reformas institucionales que promovía el entonces presidente de la Xunta, Manuel Fraga.
Con el ex presidente gallego compartió una relación de amor y odio durante toda la vida política del primero. Era su contrafigura, llegó a llamarle “la peste” en una campaña electoral y Fraga a poner en entredicho su salud mental, pero si algo compartieron siempre fue el respeto mutuo, ambos disfrutaban debatiendo sobre alta política, sobre historia, sobre derecho, en unos enfrentamientos dialécticos que no han vuelto a repetirse en la Cámara gallega desde que ambos abandonaron el hemiciclo. "Nada sería igual en Galicia sin Manuel Fraga y sin Xosé Manuel Beiras", dijo hace años en una entrevista la ensayista y profesora de Periodismo Carmen Hermida.
Hay quien le ha descrito como la gran figura del nacionalismo gallego en la segunda mitad del siglo XX. Desde luego, fue el líder que le dio su techo electoral y el nombre al que años después de haber salido de la primera línea del BNG todos identifican todavía con este frente político nacionalista. Puede presumir también de ser el candidato más prolífico en publicaciones, el de mayor capacidad dialéctica. Pocos habrían logrado presentar una moción de censura contra Manuel Fraga y acabar compartiendo con él una comida distendida para enterrar el hacha de guerra que fue más esperada por los medios de comunicación que la propia investidura del ex mandatatario gallego. Pocos representan, con un look tan poco 'rojo' como camisa y pantalón de lino blanco, ser el referente del nacionalismo y la izquierda en uno en Galicia.
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Religión: Juan XXIII

Juan XXIII

(Sotto il Monte, 1881 - Roma, 1963) Pontífice romano, de nombre Angelo Giuseppe Roncalli (1958-1963). Era el tercer hijo de los once que tuvieron Giambattista Roncalli y Mariana Mazzola, campesinos de antiguas raíces católicas, y su infancia transcurrió en una austera y honorable pobreza. Parece que fue un niño a la vez taciturno y alegre, dado a la soledad y a la lectura. Cuando reveló sus deseos de convertirse en sacerdote, su padre pensó muy atinadamente que primero debía estudiar latín con el viejo cura del vecino pueblo de Cervico, y allí lo envió.

Juan XXIII
Lo cierto es que, más tarde, el latín del papa Roncalli nunca fue muy bueno; se cuenta que, en una ocasión, mientras recomendaba el estudio del latín hablando en esa misma lengua, se detuvo de pronto y prosiguió su charla en italiano, con una sonrisa en los labios y aquella irónica candidez que le distinguía rebosando por sus ojos.
Por fin, a los once años ingresaba en el seminario de Bérgamo, famoso entonces por la piedad de los sacerdotes que formaba más que por su brillantez. En esa época comenzaría a escribir su Diario del alma, que continuó prácticamente sin interrupciones durante toda su vida y que hoy es un testimonio insustituible y fiel de sus desvelos, sus reflexiones y sus sentimientos.
En 1901, Roncalli pasó al seminario mayor de San Apollinaire reafirmado en su propósito de seguir la carrera eclesiástica. Sin embargo, ese mismo año hubo de abandonarlo todo para hacer el servicio militar; una experiencia que, a juzgar por sus escritos, no fue de su agrado, pero que le enseñó a convivir con hombres muy distintos de los que conocía y fue el punto de partida de algunos de sus pensamientos más profundos.
El futuro Juan XXIII celebró su primera misa en la basílica de San Pedro el 11 de agosto de 1904, al día siguiente de ser ordenado sacerdote. Un año después, tras graduarse como doctor en Teología, iba a conocer a alguien que dejaría en él una profunda huella: monseñor Radini Tedeschi. Este sacerdote era al parecer un prodigio de mesura y equilibrio, uno de esos hombres justos y ponderados capaces de deslumbrar con su juicio y su sabiduría a todo ser joven y sensible, y Roncalli era ambas cosas. Tedeschi también se sintió interesado por aquel presbítero entusiasta y no dudó en nombrarlo su secretario cuando fue designado obispo de Bérgamo por el papa Pío X. De esta forma, Roncalli obtenía su primer cargo importante.
Dio comienzo entonces un decenio de estrecha colaboración material y espiritual entre ambos, de máxima identificación y de total entrega en común. A lo largo de esos años, Roncalli enseñó historia de la Iglesia, dio clases de Apologética y Patrística, escribió varios opúsculos y viajó por diversos países europeos, además de despachar con diligencia los asuntos que competían a su secretaría. Todo ello bajo la inspiración y la sombra protectora de Tedeschi, a quien siempre consideró un verdadero padre espiritual.
En 1914, dos hechos desgraciados vinieron a turbar su felicidad. En primer lugar, la muerte repentina de monseñor Tedeschi, a quien Roncalli lloró sintiendo no sólo que perdía un amigo y un guía, sino que a la vez el mundo perdía un hombre extraordinario y poco menos que insustituible. Además, el estallido de la Primera Guerra Mundial fue un golpe para sus ilusiones y retrasó todos sus proyectos y su formación, pues hubo de incorporarse a filas inmediatamente. A pesar de todo, Roncalli aceptó su destino con resignación y alegría, dispuesto a servir a la causa de la paz y de la Iglesia allí donde se encontrase. Fue sargento de sanidad y teniente capellán del hospital militar de Bérgamo, donde pudo contemplar con sus propios ojos el dolor y el sufrimiento que aquella guerra terrible causaba a hombres, mujeres y niños inocentes.
Concluida la contienda, fue elegido para presidir la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y pudo reanudar sus viajes y sus estudios. Más tarde, sus misiones como visitador apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia lo convirtieron en una especie de embajador del Evangelio en Oriente, permitiéndole entrar en contacto, ya como obispo, con el credo ortodoxo y con formas distintas de religiosidad que sin duda lo enriquecieron y le proporcionaron una amplitud de miras de la cual la Iglesia Católica no iba a tardar en beneficiarse.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli se mantuvo firme en su puesto de delegado apostólico, realizando innumerables viajes desde Atenas y Estambul, llevando palabras de consuelo a las víctimas de la contienda y procurando que los estragos producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben que si Atenas no fue bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural destruido, ello se debe a este en apariencia insignificante cura, amable y abierto, a quien no parecían interesar mayormente tales cosas.
Una vez finalizadas las hostilidades, fue nombrado nuncio en París por el papa Pío XII. Se trataba de una misión delicada, pues era preciso afrontar problemas tan espinosos como el derivado del colaboracionismo entre la jerarquía católica francesa y los regímenes pronazis durante la guerra. Empleando como armas un tacto admirable y una voluntad conciliadora a prueba de desaliento, Roncalli logró superar las dificultades y consolidar firmes lazos de amistad con una clase política recelosa y esquiva.
En 1952, Pío XII le nombró patriarca de Venecia. Al año siguiente, el presidente de la República Francesa, Vicent Auriol, le entregaba la birreta cardenalicia. Roncalli brillaba ya con luz propia entre los grandes mandatarios de la Iglesia. Sin embargo, su elección como papa en 1958, tras la muerte de Pío XII, sorprendió a propios y extraños. No sólo eso: desde los primeros días de su pontificado, comenzó a comportarse como nadie esperaba, muy lejos del envaramiento y la solemne actitud que había caracterizado a sus predecesores. 
Para empezar, adoptó el nombre de Juan XXIII, que además de parecer vulgar ante los León, Benedicto o Pío, era el de un famoso antipapa de triste memoria. Luego abordó su tarea como si se tratase de un párroco de aldea, sin permitir que sus cualidades humanas quedasen enterradas bajo el rígido protocolo, del que muchos papas habían sido víctimas. Ni siquiera ocultó que era hombre que gozaba de la vida, amante de la buena mesa, de las charlas interminables, de la amistad y de las gentes del pueblo.
Como pontífice dio un nuevo planteamiento al ecumenismo católico con el Secretariado para la Unidad de los Cristianos y el acogimiento en Roma de los supremos jerarcas de cuatro Iglesias protestantes. Su pontificado abrió nuevas perspectivas a la vida de la Iglesia y, aunque no se dieron cambios radicales en la estructura eclesiástica, promovió una renovación profunda de las ideas y las actitudes.
Su propósito pronto fue claro para todos: poner al día la Iglesia, adecuar su mensaje a los tiempos modernos enmendando pasados yerros y afrontando los nuevos problemas humanos, económicos y sociales. Para conseguirlo, Juan XXIII dotó a la comunidad cristiana de dos herramientas extraordinarias: las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris. En la primera explicitaba las bases de un orden económico centrado en los valores del hombre y en la atención de las necesidades, hablando claramente del concepto "socialización" y abriendo para los católicos las puertas de la intervención en unas estructuras socioeconómicas que debían ser cada vez más justas.
En la segunda se delineaba una visión de paz, libertad y convivencia ciudadana e internacional vinculándola al amor que Cristo manifestó por el género humano en la Última Cena. Ambas encíclicas suponían una revolución copernicana en la visión católica de los problemas temporales, pues aceptaban la herencia de la Revolución Francesa y de la democracia moderna, haciendo de la dignidad del hombre el centro de todo derecho, de toda política y de toda dinámica social o económica.
Poco antes de su muerte, acaecida el 3 de junio de 1963, Juan XXIII aún tuvo el coraje de convocar un nuevo concilio que recogiese y promoviese esta valerosa y necesaria puesta al día de la Iglesia: el Concilio Vaticano II. A través de él, el papa Roncalli se proponía, según sus propias palabras, "elaborar una nueva Teología de los misterios de Cristo. Del mundo físico. Del tiempo y las relaciones temporales. De la historia. Del pecado. Del hombre. Del nacimiento. De los alimentos y la bebida. Del trabajo. De la vista, del oído, del lenguaje, de las lágrimas y de la risa. De la música y de la danza. De la cultura. De la televisión. Del matrimonio y de la familia. De los grupos étnicos y del Estado. De la humanidad toda".
Se trataba de una tarea de titanes que sólo un hombre como Juan XXIII fue capaz de concebir e impulsar, y que sus herederos recibirían como un legado a la vez imprescindible y comprometedor. Pablo VI, su sucesor y amigo, declaró tras ser elegido nuevo pontífice que la herencia del papa Juan no podía quedar encerrada en su ataúd. Él se atrevió a cargarla sobre sus hombros y pudo comprobar que no era ligera. Casi cuatro décadas después, en el año 2000, Juan XXIII fue beatificado por otro papa carismático, Juan Pablo II; y, el 27 de abril de 2014, ambos fueron canonizados por el papa Francisco, el primer pontífice hispanoamericano de la historia de la Iglesia. 

Lengu Castellana; Mario Vargas LLosa

Mario Vargas Llosa

(Arequipa, Perú, 1936) Escritor peruano. Con la publicación de la novela La ciudad y los perros (1963), Mario Vargas Llosa quedó consagrado como una de las figuras fundamentales del «boom» de la literatura hispanoamericana de los años 60. Al igual que otros miembros del mismo grupo, su obra rompió con los cauces de la narrativa tradicional al asumir las innovaciones de la narrativa extranjera (William Faulkner, James Joyce) y adoptar técnicas como el monólogo interior, la pluralidad de puntos de vista o la fragmentación cronológica, puestas por lo general al servicio de un crudo realismo.

Mario Vargas Llosa
Por otra parte, se deben también al novelista peruano importantes aportaciones críticas y hondas reflexiones sobre el oficio de escribir, como su teoría sobre los "demonios interiores", que intenta explicar la escritura como un acto de expulsión, por parte del creador, de los elementos de la conciencia capaces de incubar perturbaciones que sólo el hecho de escribir puede exorcizar. La concesión del Nobel de Literatura en 2010 coronó una trayectoria ejemplar.
Biografía
Mario Vargas Llosa pasó su infancia entre Cochabamba (Bolivia) y las ciudades peruanas de Piura y Lima. El divorcio y posterior reconciliación de sus padres se tradujo en frecuentes cambios de domicilio y de colegio; entre los catorce y los dieciséis años estuvo interno en la Academia Militar Leoncio Prado, escenario de su novela La ciudad y los perros. A los dieciséis años inició su carrera literaria y periodística con el estreno del drama La huida del Inca (1952), pieza de escaso éxito.
Poco después ingresó en la Universidad de San Marcos de Lima, donde cursó estudios de literatura. Desempeñó múltiples trabajos para poder vivir sin abandonar sus estudios: desde redactor de noticias en una emisora de radio hasta registrador en el Cementerio General de Lima. En 1955, el escándalo que provocó al casarse clandestinamente con su tía política Julia Urquidi (episodio que inspira la novela La tía Julia y el escribidor) agravó aún más su situación, y hubo de recurrir a algunos amigos para aliviar su penosa situación doméstica.
En la capital peruana fundó Cuadernos de Composición (1956-1957), junto con Luis Loayza y Abelardo Oquendo, y luego la Revista de Literatura (1958-1959), erigiéndose en estas publicaciones como abanderado de un grupo que reaccionaba contra la narrativa social y documentalista de aquel entonces. A finales de los años 50 pudo finalmente viajar y establecerse en Europa, donde empezó a trabajar en la Radio Televisión Francesa y fue profesor en el Queen Mary College de Londres.

Mario Vargas Llosa
Publicó su primera obra, Los jefes (1959), con veintitrés años apenas, y con la novela La ciudad y los perros (1963) se ganó ya un prestigio entre los escritores que por aquel entonces gestaban el inminente «boom» literario iberoamericano. Vargas Llosa acabaría figurando entre los autores esenciales de aquel fenómeno editorial, y se le situó por su relevancia en primera línea, junto a narradores de la talla del colombiano Gabriel Garcia Márquez, el mexicano Carlos Fuentes o el argentino Julio Cortázar.
El éxito de esta novela y el espaldarazo que supuso a su carrera literaria le permitió dejar atrás una etapa de precariedad y bohemia. En el viejo continente, Vargas Llosa estableció su residencia primero en París y luego en Londres (1967), de donde se trasladó a Washington y a Puerto Rico.
La labor de Mario Vargas Llosa como crítico literario se refleja en ensayos como García Márquez: historia de un deicidio (1971) y La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975). En 1976, con José María Gutiérrez, codirigió la versión cinematográfica de su novela Pantaleón y las visitadoras. En 1977 fue nombrado miembro de la Academia Peruana de la Lengua y profesor de la cátedra Simón Bolívar en Cambridge.
En el terreno político, su ideario sufrió con los años profundas mutaciones. El rechazo visceral a toda dictadura y el acercamiento a la democracia cristiana caracterizaron su juventud; en los años 60 pasó de un explícito apoyo a la Revolución cubana a un progresivo distanciamiento del comunismo y a la ruptura definitiva con el gobierno de Fidel Castro (1971) a raíz del llamado Caso Padilla.

Vargas Llosa en la campaña presidencial de 1990
Con el tiempo acabó convertido en un firme defensor del liberalismo, aunque sin renunciar a los avances sociales conseguidos por el progresismo, y en los 80 llegó a participar activamente en la política de su país. Impulsor del partido Frente Democrático, cuyo programa combinaba el neoliberalismo con los intereses de la oligarquía tradicional peruana, Mario Vargas Llosa se presentó como cabeza de lista en las elecciones peruanas de 1990, en las que fue derrotado por Alberto Fujimori.
Decidió entonces trasladarse a Europa y dedicarse por completo a la literatura; publicó artículos de opinión en periódicos como El País, La Nación, Le Monde, Caretas, The New York Times y El Nacional. En 1993 obtuvo la nacionalidad española, y un año después fue nombrado miembro de la Real Academia Española. Mario Vargas Llosa ha sido distinguido, entre otros muchos galardones, con los premios Príncipe de Asturias de las Letras (1986), Cervantes (1994) y Nobel de Literatura (2010). El máximo galardón de las letras universales le llegó como reconocimiento a "su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual".
La obra de Mario Vargas Llosa
Formado en el marco generacional del cincuenta (su primer libro es de 1959: la colección de cuentos titulada Los jefes), Mario Vargas Llosa es uno de los novelistas hispanoamericanos de mayor fama mundial, y acaso el que ha escrito el mayor número de novelas de altísima calidad. Como narrador, Vargas Llosa maduró precozmente: La ciudad y los perros (1963) es la primera novela peruana completamente "moderna" en recursos expresivos. La Casa Verde (1966), Los cachorros (1967) y Conversación en La Catedral (1969) lo ungieron como uno de los protagonistas del «boom» de la novela hispanoamericana de los años sesenta y como el más característicamente neorrealista del grupo, con un virtuosismo técnico de enorme influencia internacional.
Sus novelas posteriores, excepción hecha de la más ambiciosa de todas, La guerra del fin del mundo (1981, agudo retrato de la heterogeneidad sociocultural de América Latina), abandonaron el designio de labrar "novelas totales" que hasta entonces lo obsesionaba, y optaron por la reelaboración (irónica o transgresora) de formas o géneros subliterarios o extraliterarios, planteando con gran frecuencia una reflexión sobre los límites de la realidad y la ficción que recrea aspectos de la literatura fantástica y el experimentalismo narrativo, sin caer en ellos totalmente: la farsa, en Pantaleón y las visitadoras (1973); el melodrama, en La tía Julia y el escribidor (1977); la política-ficción anticipatoria, en Historia de Mayta (1984); el relato de crimen y misterio, en ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) y Lituma en los Andes (1993); la narrativa erótica, en Elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997); y la política, en La fiesta del chivo (2000).
Obra narrativa
No cabe duda de que la narrativa ocupa el lugar central de su abundante producción. Su magistral destreza técnica, su capacidad para hacer de cada una de ellas un mundo sólido capaz de autosostenerse y el hecho de otorgar una total autonomía al quehacer narrativo son sus virtudes centrales. En todos sus libros, inclusive los que como Pantaleón y las visitadoras o La tía Julia y el escribidor podrían ser considerados menores, la forma adquiere el más alto grado de importancia.
Su producción narrativa se inició en 1959 con los cuentos de Los jefes y alcanzó resonancia internacional con la novela La ciudad y los perros (1963, premio Biblioteca Breve de 1962), reflejo y denuncia de la organización paramilitar del Colegio Leoncio Prado, donde el autor había realizado sus estudios secundarios. El ambiente cerrado y opresivo de aquel colegio militar de Lima parece compendiar toda la violencia y corrupción del mundo actual; los "perros" del título son los alumnos del primer año, sometidos a crueles novatadas por parte de los mayores.
Dejando a un lado su problemática social y ética, la novela muestra una asombrosa madurez por el trazo ambiguo y mudable de los personajes, por la precisa descripción de los ambientes urbanos, por su trama sinuosa y por el hábil tratamiento del tiempo narrativo. Lejos de atenuar, el experimentalismo y la superposición de tiempos, personajes y acciones intensifica su brutal e impactante realismo y el retrato de una violencia explícita o subyacente.

Mario Vargas Llosa
Su consolidación literaria llegó con La casa verde (1966), verdadera exhibición de virtuosismo literario cuya prosa integra abundantes elementos experimentales, tales como la mezcla de diálogo y descripción y la combinación de acciones y tiempos diversos. El relato, que transcurre principalmente en un burdel, presenta varias historias paralelas con un montaje sumamente complejo, con yuxtaposición de planos temporales y cambios de punto de vista.
Tales recursos se emplean también en parte en Los cachorros (1967), cuyo asunto, un internado, nos remite en su fase inicial a la temática de La ciudad y los perros; y en Conversación en La Catedral (1969), amplio retablo histórico-político del Perú (con sugerencias de libelo contra el régimen del dictador peruano Manuel Odría) compuesto a través de los diálogos sostenidos entre un periodista y el guardaespaldas negro de un dictador. Tales diálogos tienen lugar en "La Catedral", nombre del modesto bar de Lima en el que comparten sus vidas fracasadas.
En las dos novelas siguientes, Vargas Llosa pareció renunciar a los grandes temas para abordar una vía más lúdica, en busca de nuevas posibilidades para su narrativa. Pantaleón y las visitadoras (1973) es una sátira humorística de la burocracia militar que añade a su siempre lúcida visión del poder un componente brutal y grotesco, emparentable con el esperpento hispano. La tía Julia y el escribidor (1977), acaso influida por los relatos del argentino Manuel Puig, desarrolla en contrapunto las vivencias sentimentales y el mundo de los seriales radiofónicos.
La guerra del fin del mundo (1981), en cambio, pretende ser de nuevo una obra "total". En ella abordó la problemática social y religiosa de Hispanoamérica a través del relato de una revuelta de fondo mesiánico; la obra se inspira en un clásico del periodismo brasileño de principios de siglo, el libro Os Sertões de Euclides da Cunha, a partir del cual reconstruye y elabora la trama novelesca.
Escritor de oficio y trabajador infatigable, que ha sido galardonado con numerosos premios a lo largo de su carrera, su prosa fue adquiriendo en sus posteriores novelas un tono medio o periodístico, que tal vez suponga cierto descenso respecto a obras anteriores, pero que ha incrementado su audiencia entre el público lector.
En esa dirección cabe destacar Historia de Mayta (1984), encuesta sobre un antiguo compañero del colegio que, en 1958, protagonizó una sublevación en una localidad andina; ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), que es en sí mismo un proceso narrativo bajo pretexto de una investigación policial; y El hablador (1987), sobre un contador de historias entre las tribus primitivas de Latinoamérica. Esta última obra reveló su fascinación por la tradición oral de la selva, región que siempre ha motivado su imaginación literaria; resulta llamativa tal comunión con las raíces indígenas en un escritor normalmente tan cosmopolita.
Su novela Lituma en los Andes (1993) mereció el Premio Planeta; un año después recopiló sus colaboraciones periodísticas en Desafíos a la libertad (1994). En 1997 apareció su novela erótica Los cuadernos de don Rigoberto, en la misma línea de su anterior Elogio de la madrastra (1988). En la tradición de la novela de dictadores, Vargas Llosa publicaría también una obra ambiciosa y total, La fiesta del chivo (2000), en la que reconstruye con absoluta maestría la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana. Seis años después dio a la imprenta Travesuras de la niña mala (2006), una historia entre lo cómico y lo trágico en la que el amor se muestra dueño de mil caras. El héroe discreto (2013) es por ahora su novela más reciente.
Ensayo y teatro
Aparte de su obra narrativa, Vargas Llosa ha desarrollado una sostenida labor crítica y es autor de originales y profundos estudios sobre diversos autores y cuestiones literarias. Entre ellos destacan García Márquez: historia de un deicidio (1971), dedicado a una singular interpretación de la obra de Gabriel García Márquez; La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975); La verdad de las mentiras (1990), una colección de ensayos sobre veinticinco novelistas contemporáneos; La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996), donde analiza la vida y obra José María Arguedas; Cartas a un novelista (1997), una especie de propedéutica de la novela, dirigida especialmente a escritores jóvenes, y El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti (2008), donde analiza en profundidad la vida y la obra del escritor uruguayo.
Su incursión en el teatro, aunque menos exitosa, ha sido frecuente: La señorita de Tacna (1981), Kathie y el hipopótamo (1983), La chunga (1986), El loco de los balcones (1993), Ojos bonitos, cuadros feos (1996), Odiseo y Penélope (2007) y Al pie del Támesis (2008) son las piezas dramáticas que ha publicado hasta hoy y en las que explora, preferentemente, destinos individuales. Los tres volúmenes de Contra viento y marea (1983-1990) recogen una selección de sus crónicas, artículos y otros trabajos periodísticos. En 1993 apareció El pez en el agua, libro de memorias en el que traza un doble relato: las peripecias de su campaña presidencial en 1990 y un recuento desde su infancia hasta el momento en que decide partir a Europa para consagrarse a la escritura.